Revista cultural electkrónica.
Año 0, Número 2, Enero 2000.
Julia Gaytán. Azote sin nombre.
Por: JIGH.
Señores, nunca he estado en pleno uso de mis facultades mentales, aún así, tengo una última voluntad.
Quisiera que lo que fue mi cuerpo sea cremado y se guarde como la arena de un reloj, preferentemente en forma de
guitarra y se conserve por la señorita Karen Badul.
De mis pertenencias, no tengo muchas. Mi libertad, me la llevo con su permiso. Mis recuerdos, también me los llevo
pero les pido que los que ustedes tengan de mí, no los pierdan. Mi vida, ya es sólo un recuerdo y de eso, ya he hablado.
Mi arte, que sea de todo aquél que quiera disfrutarlo.
De mis pertenencias materiales, esas que se compran con dinero, no me importan tanto ya, pero podría ser ésta la
disposición: mi ropa, a la basura, ya no me sirve más. Mis libros, para Karen, mi madre y mis amigos, de éstos, sólo
quienes los quieran realmente. Mis guitarras y demás implementos musicales, para mi hermano y mi padre, que ellos
se los repartan como crean conveniente. Mis cassettes y discos compactos, para mis amigos, los verdaderos, cada uno
sabe si realmente lo es. Mis pocos muebles, a quien los quiera.
Y por último mi amor, alcanza para todo aquél que lo quiera y lo merezca. A Karen Badul, el de pareja, el más extraño
de todos. A mi hermano, el fraternal. A mi padre y mi madre, el familiar, aunque irónicamente por separado. A mis
amigos, el del horizonte, el que siempre está aunque parezca no alcanzarse. Y a mis muertos, el del rencuentro.
Por otro lado, deseo que no sean hipócritas, pues odio a los hipócritas sin distinción. Quisiera que no usaran mi muerte
para afirmar cariños que no existen, como lo he visto tantas veces.
Les pido que conserven su opinión de mí tal y como la tenían, pues de lo que hice y pensé durante mi vida, no me
arrepiento de nada.
Para terminar, les digo a todos los que me quieren que no se preocupen, acá los espero.
Primera Plus; entre León Gto. y S.L.P., 21 de Diciembre de 1999.
Por: Gerardo Cruz.
Hace pocas semanas que llegué aquí. Es un lugar chico pero nunca me había parecido bello hasta hoy. Para ir al
trabajo tengo que caminar como medio kilómetro desde mi casa y luego esperar el colectivo que es muy puntual.
Todavía no llegabas tú cuando venía el colectivo, allí, dando vuelta en la curva, se empezó a mover de un lado para el
otro, hasta que se fue de trompa para abajo. Luego luego, todos corrieron a ver que había pasado, yo también me
asomé a la barranca y vi un montón de fierros, vidrios rotos y una llanta tirada. Un señor salía por la ventana con la
cara toda llena de sangre y trataba de subir acá. Cuando los señores lo vieron, le gritaron: -¿Chon, que paso?-. Y él
contestó: - Se quedo sin frenos -. El señor no pudo subir por lo empinado que está la barranca y el colectivo estaba
volteado en el fondo con las tres llantas para arriba.
Trajeron mecates y se los amarraron a la cintura para bajar por los pasajeros. El señor Chon sacó a unos y los acostó
en el suelo, una señora salió casi caminando. Luego le gritaron: -¿Son todos Chon?.- y él dijo: - No, faltan más, pero no
los podemos sacar y ya ni se mueven-. Por más que engarruñaba los ojos, no podía ver si estaba por allí mi mamá. Por
eso me bajé. Don Simón les dijo a los demás señores: - Dejen que baje el niño, amárrenle un mecate, sirve que se fija
cuantos pasajeros quedan, al cabo que cabe por donde quiera... tú todavía no llegabas, ¿otra vez te castigo tu mamá y
no te dejo salir?. En verdad pareces tonto cuando dices que sí con la cabeza. Así son las mamás, pero como dicen: todo
es por nuestro bien. ¿Si conoces a la mía?. A veces viene en ese colectivo, a veces me la encuentro, porque todos los
días me manda a vender periódico a la ciudad. Siempre me dice que me quite los zapatos para que no se gasten y así,
cuando vaya a la escuela, los tenga como nuevecitos, están bonitos mira. Pero no le hago caso y a escondidas luego
me los pongo, porque cuando llueve se siente bien feo como corre el agua fría por los pies y después ya ni se sienten.
Ella no hace nunca nada, sólo cuando viene mi papá de la siembra, es cuando se pone a recoger el tiradero. Dizque
trapea, barre y según ella hasta canta. En esos días no me manda a trabajar sino a la escuela y es bien bonito ir allí.
Hay tantos niños, pero ellos no tienen que trabajar y nunca faltan. A veces le digo que quisiera ser como ellos, pero
siempre dice: -Quién va querer ser como esa gente que roba y que mata para tener dinero. No, nosotros somos
honrados y tenemos lo que se puede -. Pero no es lo mismo, de todos modos se siente feo. Yo quisiera que mi mamá
trabajara, pero no quiere mi papá y se ríe diciendo: - No hijo, las viejas no trabajan, luego se les caen las manos y
quien hace de comer; además que ni pueden.- Y como no tienen nunca nada que hacer, pues se sale y se va a la
ranchería de un amigo, como ayer, y regresa al otro día en el primer colectivo; bien de mañanita, pero bien feliz.
Allá en Matlapa, donde vivíamos, la siembra y los animales eran nuestros; mi papá no tenía que ir a otro lado a trabajar
y yo iba todos los días a la escuela. Por eso sé leer, mira allá dice: tla-pa-le-rí-a ¿verdad?. Te digo que iba a la escuela
y en la tarde comía bien rico lo que cocinaba Pánfila, mi tía que se caso con mi papá; pero eso solo lo decía mi mamá
cuando se peleaban los tres. Pánfila tenía un niño al que mi mamá no quería, siempre le gritaba: - Quítate, has esto,
cállate hijo de puta.- La vecina, que ya estaba viejita, siempre nos confundía a mi primo y a mí, decía que éramos
hermanos y mi mamá se enojaba y los ojos se le hacían grandes cuando decía: - No doña Lupe, si éste es mi chamaco,
aquél es un hijo de la mala vida.- Y terminaba dándole un golpe en la cabeza al pobrecito. Lo bueno es que a mi primo
le paso lo mismo que a mi puerco y la siembra de papá. Un día, después de varios que no llovía, se veían unas
nubezotas negras, parecía que casi era de noche y todo mundo se fue a confesar; creo que fueron otros tres padrecitos
de quien sabe donde para ayudar. Decían que se iba a acabar el mundo, que era el Apocalipsis, que los truenos eran la
trompeta de no sé quien, y todo por que fue un gringo quien les dijo lo mismo y les leyó la Biblia. Y como la Biblia es la
"Biblia" y a las nubes se les respeta, pues ya verás la colota de gente que se formó afuera de la iglesia.
Nosotros llegamos a las ocho de la mañana para la misa, pero se dio hasta las doce y todavía muchas viejas decían que
primero debían confesarse, que luego si se morían en pecado...
A media noche empezó a llover unas gotitas pichicatas, de esas empapatontos, y los padres todavía no acababan de
confesar. A fin de cuentas, uno subió al pulpiato, o como se llame, y dijo: - Pueden ir en paz, les perdono sus pecados
en nombre de Dios nuestro Señor.- Todos se persignaron y se oyó un ruidero de gente que se atropellaba para salir de
la iglesia por que empezaba a llover un chorro; corrían señoras con los niños en rebozos a las espaldas, los señores en
las caballerizas guardaban los animales. Yo me tapaba los oídos para no oír llorar a los bebes. Las casas se empezaron
a inundar, trajeron adobes para subir las camas y roperos. Toda la noche el pueblo estuvo despierto sacando el agua de
las casas que se volvía a meter por las ventanas.
Todo estaba oscuro, el ocote no se podía prender porque estaba mojado. Mi primo se quedó dormido en la cama de mi
tía y yo trasculcaba cajones. El agua subía cada vez más y más, parecía que no hubiera llovido en años. Voltee a la
cama y vi a mi primo flotando, como cuando nadábamos de a muertito en la laguna, mientras salía por la ventana y se
iba junto a los hartos animales por la calle. Era un desfile de cosas flotantes, palos, gallos, cosecha y mi primo.
Mi papá decidió hacer no sé que cosa, porque agarro el ropero y demás tablas y luego nos dijo; .- ¡Trépensen!.- Dizque
había hecho un botecito. Nos trepamos mamá y yo, mientras él juntó algunas cosas y tumbó las láminas del techo. Allí
esperamos un ratito para que el agua nos sacara por el mismo hoyo del techo. Así salimos del pueblo y llegamos al río
donde pescábamos, que estaba al doble de grande, nada más se veían las ramas más altas de los árboles, te lo juro
por diosito.
Seguimos en el bote toda la noche, no paró de llover y llegamos aquí sin remar ni nada, con la pura corriente. Mi papá
buscó a un amigo suyo, le dijeron que aquí no era Tancanhuitz sino Tanquián y no lo encontró. Nos quedamos aquí y
hasta nos hicimos de una casita que nos presta el don con el que trabaja mi papá.
Así estuvo, bastante feo, ¿no?. Pero así a mi primo donde lo haya llevado la corriente, no tiene quien lo trate mal. A
Pánfila ya no la volvimos a ver; no creo que haya muerto, porque mi mamá siempre decía: -Hierba mala, nunca muere.
A ver cuando puedo ir para Matlapa, porque extraño a Pánfila y los amigos de la escuela.
¿Oíste?, creo que te gritó tu mamá. Si que te ves tonto cuando contestas con la cabeza. Si mi mamá me viera, me
regañaría porque estoy platicando con un mudo. Pero cuando bajé la vi, tenia manchado de sangre el vestido que le
regaló papá; Don Simón dijo que de ratito la sacaban, pero ya se están yendo todos. Ya me voy a regresar , porque ya
sacaron a los pasajeros que pudieron. Mientras camino voy a pensar como darle la noticia a mi papá, para cuando
venga el próximo mes decirle que mi mamá venia de la ranchería de su amigo en ese colectivo y que no la
pudieron sacar.
Celaya, Gto., Enero de 1999.
Por: Julia Gaytán Duque.
Llevo todo el día tratando de comenzar a escribir esta carta. Amanecí con un dolor terrible en el músculo que va de la nuca hasta el brazo izquierdo. Está constante en mi cuello y cualquier esfuerzo, como voltear, o como hace rato cuando limpiaba la cocina, lo hace más fuerte. Ni pensar siquiera en voltear, porque si inconscientemente lo hago, el dolor se vuelve tan intenso que me hace llorar. Quisiera en este momento estar dormida, porque pensar en el dolor constante me forma un nudo en la garganta. En momentos creo que saldría la calle gritando de desesperación. Mas, si durmiera, el solo hecho de imaginar la sensación de la almohada me aterroriza. Y tú bien sabes que para mí es imposible dormir sin ella.
Este dolor me está matando. Sabes que soy zurda, que es un gran esfuerzo tomar la pluma e inclinar la cabeza para escribirte, pero es necesario aquí y ahora decirte que mi pesar va más allá de mi lado izquierdo. ¿Te has fijado qué día es hoy? Es nuestro aniversario. Bueno, aniversario hipotético. Vine desde Guanajuato sólo para verte, para restregar la herida de una separación no deseada. Un día me llamaste y dijiste que todo terminaba, sin explicación, de un solo golpe. Y yo me quedé perdida, muda de la cabeza a los pies, todo mi ser se volvió un gemido. Luego volvimos. Hace exactamente un año. Me has dejado esperando. Llamé a tu casa hoy en la mañana, me dijeron que no vendrías. Y me alegro. Porque en León firmemente aseguré que prefería no volver a verte jamas. Deseo concedido. Ya no quiero que seas en mí como este dolor; necesidad apremiante de empuñar la pluma y resignación callada. Mas me duele mi orgullo, el saber que tengo tanto que hacer y yo vine, ciega y estúpidamente, a buscarte.
Traté inútilmente de conciliar el sueño. El miedo a lastimarme más, me lo impide. Dentro de mi cabeza no deja de girar las preguntas, ¿debimos de volver a ser pareja hace un año? ¿Qué tal si el plan del destino era mantenernos separados y nosotros lo transgredimos? Aunque, pensándolo bien, fue por mí que regresamos, tú no hubieras hecho nada por ti mismo. Entonces sería a mí a quien el destino castigase por rebeldía. Y su castigo sea este dolor infinito, el suplicio de escribir a pesar del dolor. De verme esperándote, deshilando la tela de Penélope por las noches.
Mi teléfono indica dos llamadas perdidas. Tú siempre llamabas dos veces. Hasta que dejaste de hacerlo. Tal vez ibas a darme una de esas disculpas inútiles de esas que tú sabes dar y que yo nunca acepto. Qué bueno que no estaba para escucharte, porque seguramente mis palabras hubieran sido sólo dolor, este dolor que llevo dentro, que me hace reventar las venas, gritar de la desesperación, tocar inútilmente mi cuello buscando alivio. Este dolor me quita toda esperanza, no me permite mirar hacia arriba a ver las estrellas que yo, cuando te amaba, imaginaba brillando, bailando con la música de la noche. Eres tú mi dolor, el más profundo. Esta incertidumbre es como para morir, como para desear que estés muerto. Con tu muerte, solo restaría levantar la mirada firme y frente al destino.
San Luis Potosí, S.L.P., 20 de Noviembre de1999.
VOLVERPor: Eneas.
Abrí la puerta y aún goteando, caminé por la casa, hasta que postrado frente al espejo ví una imágen; olvidándo la tormenta le dije a la figura que frentre a mí estaba: - Sécate; toma ese libro, el que lleno de polvo siempre lees; límpialo; alúmbrate por aquella estrella, esa, la que aún brilla en el firmamento y léelo una vez más-.
Terminada la lectura pregunté: -¿Lo entiendes ahora?...
Pero la imágen no respondió.
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